Golpe de suerte [Fragmento 8]
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esa sonrisa sádica se tornó en cuestión de segundos en una expresión de dolor y desesperación que le dejó perplejo. El grito silencioso más sentido que había presenciado en años. Se le derrumbó de bruces frente a él para dejar paso a aquello que había creado la sinergia perfecta entre sus ganas de no poner punto y final a su vida y las de su salvador por dejar que viva.
—»Cuando teníamos todas las respuestas nos cambiaron las preguntas«.
No dijo nada, pero su cara lo decía todo «¿¿TÚ??». Otro sabueso. Esto era surrealista.
—No me la debas porque no lo hago por ti. Tu cabeza tiene un valor incalculable, y este sinvergüenza no merece la recompensa. Pero no me cae del todo mal. Por verte muerto, prefiero que sea mérito mío.
Hizo un gesto de confuso agradecimiento pues parecía ser la tercera opción y no sabía por dónde se iba a desarrollar aquello. Era consciente de que empuñaba todavía la botella de vidrio tras de sí, como último recurso una a malas. Pero el nuevo sabueso tenía una porra desfibrilador eléctrica de gran potencia. A su lado, el otro sabueso se había quedado petrificado como cuando se miraba a Medusa a los ojos. Calculó la cantidad de electricidad descargada para dejar a alguien en ese estado. Cayó que los rumores eran ciertos: ahora esos cachivaches eran de última generación, lo mismo te paralizaban que al mínimo roce te dejan K.O.
—No cambias ni fuera de la célula, ¿eh? Tienes una botella en mano y veinte mil trucos y alternativas pensadas para darme esquinazo; ninguna aún por confirmar su porcentaje de éxito previo a su ejecución. Pero aun así las estás tramando. Pones esa cara cuando tramas una salida de escape.
Miró la porra y la acarició como si fuera un tesoro recién descubierto.
—Mira... voy a ser benevolente. Cortesía profesional. Estás herido. Arréglatelas. Te doy dos suspiros hasta que me acabe— se agachó adonde estaba el primer sabueso y le sacó de la chaqueta un paquete de tabaco— el cigarrillo.
Lo encendió con la particular parsimonia de una pantera que tiene acorralada a su presa y juega con ventaja: sacó una cerilla, prendió el cigarrillo, éste en los labios, y echó el humo satisfactoriamente.
—Después...— tanteó el terreno buscando algún mirón ocasional; nadie alrededor— después, querido amigo, te cazaré. Y tendré la misma piedad que tuviste con este sucio engendro que nos mira con su cara de mierda... ¿Comprendes?
Asintió, y a duras penas se puso de pie sin perder de vista al otro, y corrió por un callejón que parecía sin salida. Doblando la esquina se topó con
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