HEX: LA TEMPESTAD DEL ALMA
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El silencio pesaba. Más, la tensión del momento a pesar de estar allí plantada en medio de un espacio absolutamente inhóspito, la maleza no crecía desde hace ya tiempo, la sequía no ayuda; y menos la falta de savia y flora que las acciones de las personas que no piensan más allá que en ellas, su bienestar y su propia vida, provocan.
No necesitaba mirar a su alrededor para comprobar que no había ni rastro de fertilidad en aquel terreno tan árido como Las Cayenas. Pero no desesperó; menos rendirse. Ahí había desaparecido la vitalidad con la que a las gentes de esa zona se la conocía, sus verdes prados, su entusiasmo de vivir, su agradecida existencia. Pero ya habían sido muchas las campanadas que sonaron, otras tantas tragedias que pasaron... Pero lo último que se pierde es la esperanza, decía una sabia. Y se llevó los dedos anular e índice a los labios, y seguidamente se agachó en silencio para rozar la tierra. El contacto hizo reverdecer la zona que sus dedos presionaban.
—Los prados volverán a respirar algún día.
Quedó pensativa, pero no quería recordar nada de lo sucedido. Ya todo cobraba sentido, ya todo dolía con más intensidad y la rabia no podía consumirla con tanta facilidad. Iracunda perdía el control, y si perdía el control, el Árbol enraizaría almas que no tendrían nada que ver con su vendetta. No gana nada con ello. Lo único de lo que se cercioró es que esas lágrimas cálidas que le recorrían las mejillas eran tanto humanas como de Draq. Y lo agradeció, su simbiosis con el Demonio que llevaba dentro era ya tal que era ya el único ente en el que podía confiar literalmente su vida.
El cielo tronó. Y el primer relámpago que se avistó advertía de que, esta vez, la tormenta no traería la calma consigo.
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