Silencios indecibles

Melifluo
Excesivamente dulce, suave o delicado.

Te engañé con el poso de otro café
fue melifluo el beso
que, como Evora, me hizo nacer de Cesaria,
me arrancó de placer las entrañas;
después de declararme, retuércete
hazte caramelo, regodéate.

Te engañé con la melancolía más ingrata
me falsifiqué la sonrisa, mi gesto licué,
fundí tus negras pupilas con la palabra maldita.
El adiós sonó como un golpe en la pared,
como un cristal de corazón rompiéndose,
como un puñal por la espalda, abriéndose.

Te engañé vistiendo prendas que prendieron fuego
con las que prendí el viaje que pronto acabó,
con las que aprendiste a amarme, y yo aprehendí a amarme
a asimilar lo ilegal de este trayecto: uno de los dos no cruzaría el arancel.

“Te engañé”, dices, “con esos labios de mujer”
pero ni eran labios ni dependía del género ni del ser.
Sólo saqué lo que ardía dentro, y esfumé lo dejé.
Quedó seco; el camino hacia la verdad suele tener
recovecos agrios como la hiel, y zarzas dulces como la piel.

Ambos sabemos que te engañé.
Nunca te dije con qué nombre me conoce el Diablo Lucifer
tampoco qué trató que le firmé.
Sólo saben mis párpados, los silencios que de ti callé.

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