ROCES DEL KARMA (La Canción del Juglar)
[...]
—Sostuvo la mirada y el planeta se le derrumbó
a sus pies. No logrará construirlo después
con cimientos sólidos. Todo fue al revés.
Hacía castillos
en el aire, y nisiquiera hubo baile,
y de un soplido se los esfumé. Ya no le echaré un cable.
Corrigió la pose que no pudo mantener, pero tenía miedo al miedo,
conoció el síntoma, no quiso ver la pauta; creyó que era broma.
Jaque en verso, en esta partida no seré yo la loca.
Vivió en suspense, no había guion aparte,
me excomulgó, pero yo ya soy Tierra de nadie, me apeló,
no atendí a su llamada: mi demonio su sangre heló.
La juglar sonrió
casi endemoniadamente y añadió a los versos:
—El trono quedó rígido, el silencio se solidificó.—Con gestos muy
estrambóticos y forzados, escenificó como si estuviera sentada en un trono y se
quedara helada. Al público le hizo reír.
Entonces ella
continuó tornando su cara de nuevo, relajando los músculos; sin embargo,
bruscamente tornó los ojos y su cara espantó a los más jóvenes que se fueron a
esconder tras sus progenitores.
—«Cuida tus espaldas», le amenazó.
Pero la Incógnita Andante no dijo nada y con voz ronca su leviatán tronó:
«Sólo el cobarde,
amenaza, cuando ya brota sangre de su garganta».
Y dicho aquello, la Encapuchada se marchó...
La juglar quiso dar un toque de suspense y después prosiguió, terminando ya
su canción:
—Ay, los Juglares no servimos para nada, más que para atemorizar a las
personas malcriadas que no saben que la Justicia nos atisba desde las ramas,
nos juzga por lo que hay en nuestras entrañas y sabe cuándo es el pronto o la
tarde cuando nos llega la hora...
La juglar se rió
estrepitosamente. Los niños y las niñas que estaban escuchando se asustaron;
los viandantes la miraban como un ser innecesario, a veces los juglares parecían
seres sectarios que no graznaban más que mentiras. Se les notaba en la mirada
que los ciudadanos de la Gran Urbe no mostraban tanta simpatía por los Juglares
de las Lágrimas Ácidas.
—Pues guárdate, amigo, que entre broma y broma, la verdad asoma—, exclamó
concienzudamente convencido un miembro del corro que se había formado alrededor
de la juglar. Y dicho aquello asintió como si lo que había dicho hubiese sido
un dogma aplastante.
Le observé
intrigado por aquel que había hablado. Parecía un entendido de muchos temas, un
conocedor de mil y cuatro mundos, y a la vez un gandul bocacharcas, de los que
mucho hablan, pero no dicen nada... Me quedé anonadad observándole asentir
cabeceando repetidamente. Un grupo que hacía tumulto a sus espaldas parecía
hacerle señas de que se fueran marchando, y se fueron. Quedé maravillado con el
compuesto de ese extraño grupo: parecían los prototipos de extraños nómadas
viandantes que pululan a sus anchas con el fin de estar y no estar en los
sitios por los que pasan. Pasar tan desapercibidos como que se les reconozca y
conozca en cada sitio. Pero mi inquietud volvió a centrarse en las profecías
que entonaba aquella juglar.
[...]
[Fragmento integrado dentro de un proyecto de novela real en proceso (por Victoria H.C. )]