Pulsación equivocada


Arranqué tu ego
y sembré narcisos;
florecieron rápido, por tu arrogancia,
tu soberbia los vio crecer
y a su vez, marchitarse.

Recogí los pétalos, que un día cayeron
los pegué en un papiro y escribí en él:
«son los restos de tu ignorancia al creer
que este cuerpo mío insensible, aunque de sentimientos pueda carecer,
tiene un músculo pequeño que late para él».

A quién sepa.
A quién ya no está.
Amén, por ello.

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