Reflexión a medias tintas [III].
El olor del miedo se olió a
kilómetros y más intenso cuando se percataron que era miedo interno. Miedo que
engendran los individuos al saber que van a perder lo preciado y no pueden
hacer nada por remediarlo. Tampoco podían comunicarlo. Estaban atados de pies y
manos. Callados por la censura y lo políticamente correcto. Por lo ambiguo y lo
discreto. Por lo abstracto y lo directo, el
mundo tiene cosas que no puede decir. Y por no decir no dice de dónde
provienen, ni cómo ocurren, ni qué las producen. Sólo se interesan por el qué y
el quién, y si no es un igual de piel, de cara, de idea, de raza, si su tez
pinta otro amanecer y su sexo sufre al anochecer...si no es un igual si no un
extraño, entonces es 'conveniente' dar datos innecesarios. Sólo para alentar a
las masas del 'peligro' que corren sus seres queridos estando cerca de esos
individuos. Los buenos prejuicios de toda la vida, ¿no? Si no es un igual pero
su capital interesa, se explota y a otro asunto. Se explota hasta el fin, hasta
su fin, hasta que se rebelan contra la autoridad o hasta la última gota, de
petróleo o de sangre, les da igual porque no eres un igual. Ellos sólo quieren
ganar. Se tira un dado y se juega a un juego mundial con muchos jugadores,
donde hay gente que gana mucho sin costarle nada, y otra gente que pierde todo quedándose con nada. Triste pero cierto. Así en cada ronda.
Y cuando
llega tu turno, tiras y a ver qué toca...