Esclarecer las pupilas
—Imagínate estacionarte en paradero desconocido, donde no hay direcciones ni bancos ni banquillos, no hay más que un limbo donde lo único que puedes hacer es vacacionar sin esperar nada a cambio. ¿Cómo sería ese espacio en blanco? ¿Sería tu mente en descanso? ¿O sería una habitación a la que regresas siempre tras comprender que estoy a un kilómetro de ti? Igual tienes miedo al vacío, pero no por ello te paraliza, no eres justo la víctima que Kenos acecha, ¿sabes? Deberías respirar tranquila, pero no es así. ¿A qué esperas? ¿Qué es lo que te mantiene con la inquietud en el cuerpo? ¿Puede ser que no sepas adónde se encamine esto? ¿Es eso un poder que tengo? Sabes, creo que te lo podría conceder, pero hoy no puedo; hoy mirarás aquí y allá buscando un porqué pero no encontrarás ni la respuesta ni la pista que te lleve a ella. ¿Y sabes por qué? Porque así son las reglas del juego y esta vez juegan en tu contra, y no habrá nada que puedas hacer por superar este silencio que se crea tras mi voz. Intentarás gritar, no te lo impediré, pero tú misma sabrás que valdrá de nada y callarás buscando una razón para hacerlo. La encontrarás y luego nos quedaremos en silencio. Nos miraremos de nuevo y volveremos a partir de cero. Y te preguntaré si puedes imaginarte un lugar tan diáfano como en el que ahora me encuentro, que lo recreo sólo con las palabras que te cuento y no podrás más que preguntarte si soy un monstruo de los que viven debajo del lecho o una voz interna, una conciencia, un demonio que no para quieto.
Quiero que te lo preguntes.
Y cuando sepas la respuesta, quiero que la compartas con tus otros pensamientos. Tus únicos compañeros en esta partida. Agita los dados, ¡suerte! y tira.
La mujer miro a la nada blanca. No sabía siquiera quién le hablaba. El aturdimiento que le había provocado el golpe en la cabeza no le dejaba ver con la claridad con la que percibía costosamente aquella sala terriblemente inmaculada.
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