Horror Blanco
No fue difícil despertar, a pesar del
aturdimiento.
La sala era un habitáculo níveo y pulcro
donde cada centímetro, de lo que suponía que podría ser pared, estaba
perfectamente iluminado. Era una bofetada tras otra de luz blanca que incluso
mareaba. No era el cielo, porque sentía cómo respiraban costosamente mis
entrañas por dentro. Pero tampoco era el diáfano y amortiguador limbo con el
que se sueña cuando se quiere estar tranquilo. Sentía que era sometido a la
observación por aquello que estuviera tras los focos; pero no había focos. Sólo
la habitación inundada de lo que mis pupilas descifraban como blanco. Horror
blanco. ¿Dónde estaba? ¿Estaba soñando? Comprobé mis vitales nuevamente. Nada.
Seguía respirando. ¿Era aquello el estado de coma del que tanto me habían
hablado? No lo creo. Hace nada estábamos todos riendo y al rato estoy aquí solo
en esto que no sé ni cómo describir. Salí de mi asombro al percatarme de que había
recobrado la postura y había logrado sentarme, algo encorvado. Pero lo que más
me sorprendió fue el hecho de no verme atado. Hay películas de terror donde el
malo deja al protagonista en una sala de cuatro paredes a oscuras, atado, y
aquí me aterra la libertad que se me ha dado tan a la ligera, y todo tan
iluminado.
No me
lo pensé dos veces y me incorporé: todo en orden, sólo un poco mareado. No
recuerdo haber ingerido nada. ¿Me lo habrían inyectado? ¿Y por qué pienso en
varios?, igual pudo ser uno...o una... Lo más seguro es que ahí me encontraba
rodeado de la nada absoluta y a la vez pleno de un vacío sofocante que llenaba
todo el espacio. Amagué a buscar un borde, y desde mi punto de partida me fui
alejando. Y alejando, y alejando. Y no pude calcular cuántos pasos hube dado
desde que me moví hasta donde había llegado. Me planteé retroceder pero no
encontraba un borde, y era mi objetivo. O una puerta, o un límite... Tampoco sé
cuánto tiempo llevaba allí, dando o no vueltas; de repente un tronar de huesos
me sobresaltó tras de mí, y el latir de mi corazón palpitó de cero a mil, pero
no vi nada ni a nadie, y lejos de tranquilizarme, me horrorizó más. Anduve en
círculos y quise gritar como un poseso pero primero quería probar si había eco
en aquel...espacio. Y no pude sino llorar al comprobar que así era.
—¿Mismo procedimiento?
—Es el cuarto caso que vemos este año. Y no
llevamos ni dos meses…
Inspeccionó más detenidamente el espacio y
delimitó con tiza negra el contorno del cadáver. Se había quedado petrificado
ante algo; el rigor mortis confirmaba que había sido una muerte delirantemente
atroz. No cabía duda…
—Confirmado. Otro paciente de quenofobia.
La inspectora chasqueó la lengua sin dejar
de mirar impasible al individuo. Luego miró resignada hacia donde se habían
quedado inmóviles y ojipláticos las pupilas de la víctima: goteaba tinta blanca
del techo.
—No cabe duda que es obra de Kenos
Blanc…—musitó. Se dirigió a un compañero de su equipo: —Avisa a la Jefa, Kenos ha
vuelto a las andadas.