Una confesión al otro barrio.

Me da coraje pensar que justo el día en que me enfade, todo lo malo pasará
sólo porque Murphy sabe: cuando explotas, bomba nuclear
y cuando mal no haces, no pasa na' de na'.
 
He dormido bailando un vals,
de esos que no adormecen sino que te hacen cada poco despertar
con sudores fríos, trémula, tambaleándote horizontal
y anticipándose los augurios de quien por cinco no llega a los cien de soledad.
Me da miedo pensarlo, que justo el día que al dragón saco, pueda cometerse una fatalidad
que me vaya con el sabor de boca amargo al funeral,
que no haya ni el pésame para remediarlo,
que el cargo de conciencia esté en la antesala esperando
y no haya vuelta atrás.
 
Parece sólo poema, pero entre versos me resguardo
casi egoísta pensando que una vez más ha despertado,
y casi, por la mala memoria del júbilo que se escribe con uve y sigue andando,
me alegre, aparentemente hipócrita, que una vez más haya amanecido, con su único salero segoviano.
 
Y cuando llegue su vals, llegue, y que la pille bailando
que entre los brazos de Morfeo mengüe, y que en las hamacas de playa, el abuelo espere, para ver juntos de traje el ocaso
y que si ha de irse, el hálito se la lleve, pero que sea más natural que la espiga al viento danzando.
 
Pero me da miedo pensar que justo el día que traspasen mi paciencia,
y me saquen a rodar cabezas, sea el día de las consecuencias,
y no haya camino para remediarlo.
Ojalá siempre me pillen a buenas,
y me dejen aplicar el carácter con hache, a situaciones que requieran justificarlo.

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