ESCARMIENTOS TRAS LA BOIRA

[…]

Claramente olía a cenizas y leña quemada, lo que me hizo sospechar que podría haberse dado un incendio a unos pasos de donde me encontraba. Una bandada de aves huía del lugar pero al mirar al cielo reconocí a uno de los pájaros. «¿Pero qué?». Entonces fue cuando me apresuré a llegar a la escena del crimen. El bosque estaba devastado, todos los árboles habían sido talados con magia negra que había quemado las raíces y los troncos que componían la arboleda. «¿Quién es tan salvaje como para…?», podría pensar una tez pagana, pero olía a culpa, a venganza injustificada. Era un claro arboricidio, y la firma, aunque podría ser de un haïek, era claramente magia de nigromante. «El odio de Nhï marcado a fuego.» Esto es hacer mal por hacer, sin un fin concreto. A menos que fuera una declaración de intenciones de guerra… lo cual complicaría la situación, sobre todo para aquellas personas que se creen diosas y no aterrizan en tierra firme cuando debieron.

Sentí de pronto todo el dolor de la naturaleza muerta y sus lamentos. Me atravesaron de arriba abajo, transversal y por entre las entrañas. Oía el chillido agudo de las hojas, el crepitar horripilante de las ramas consumiéndose. Vi el vaivén del fuego ögg quemando con una sonrisa trémula cada hectárea de tierra. Me estremecí al escuchar con sorpresa la voz de Pachamama desvirtuada. Vagamente se me aparecían reminiscencias de memorias que no quería recordar en esos momentos. Y sentí realmente una puñalada en la cora. Tan profunda y afilada que creí que me desangraba.

Pero controlé el impulso; sentía a Draq golpearse contra las paredes de mi alma: quería salir. La ira se iba desenvolviendo de entre los paños que escondían al Demonio Dormido. Caí de bruces contra el suelo. Pude contener el grito tapándome la boca y arrodillándome. Con el contacto, el suelo, completamente árido, brillo a causa de las cenizas que empezaron a revolotear como si vaticinaran la aparición de un tornado. No obstante, no sería más que la rabia de un demonio que no puede salir de su recipiente y la inquietud de un terremoto que se guarda plácido para no devastar la faz de la Tierra. «Irónico», pensé, «por Khâ, que la tierra vuelva a su vida y deje de ser polvo y tristeza.»

A bastantes pies de altura, sobre mí revoloteó otra ajetreada bandada de aves que parecía no tener rumbo fijo. Hacía tiempo que no aleteaban los pájaros sin razón aparente, pero la bandada anterior era otra señal: había un cuervo negro entre lo natural de saber volar. «Asuka.»

[…]

[Fragmento integrado dentro de un proyecto de novela real en proceso (por Victoria H.C. )]

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