La espada y la sangre

  Lo primero que vio fue la sangre. Su olor, su color empapaba las paredes de la celda y hacía el suelo pringoso y resbaladizo. A duras penas contuvo una arcada. También notaba su sabor metálico en la boca. <<Qué asco. >> Casi resbaló con un charco al incorporarse.
  Progresivamente sus ojos se iban acostumbrando a la poca claridad que entraba por los cuatro ventanucos que casi rozaban el altísimo techo de la estancia circular. No sabía por qué, pero sabía que se encontraba en una torre. Aquello parecía un matadero: sangre por todas las partes, olía más a muerte que a piedra vieja, había ganchos para carne oxidados y colgados de unas barras horizontales que colgaban del techo, una mesa enorme de piedra que más bien parecía un altar para sacrificios y diversos objetos cortantes oxidados. <<Tengo que salir de aquí. >>
  Un oportuno rayo de luz hizo destellar un filo con aspecto novísimo en comparación con los demás que había repartidos por la sala. Se arrastró por el suelo hasta él y con ambas manos cogió una espada larga en perfecto estado a excepción quizá de la desgastada empuñadura. En el filo había un pequeño texto en latín. Ut Antea.
  Consiguió ponerse en pié a duras penas con el arma en las manos temblorosas y se propuso recorrer las paredes de la estancia en busca de una puerta que aparentemente no se veía. Dio una vuelta a la estancia, dos, tres… pero nada. No había ninguna prominencia que indicara que podía haber ahí puerta alguna. Eso sí, tropezó varias veces con pedazos de carne muerta y sanguinolenta. No se detuvo a ver si eran humanos o animales. Parecía haber de todo, desde extremidades cortadas hasta cráneos de animales cachorro. <<Joder, ¡qué asco! He de salir de aquí ya. Yo no quiero acabar así.>>
  Pasó mucho tiempo dando vueltas como un león enjaulado buscando la forma de salir. Con el paso de las horas la luz que entraba por los ventanucos fue adquiriendo un tono más naranja, como de atardecer. Y se estaba desesperando. Acabó por sentarse en un rincón tratando de tranquilizarse. No le iba a pasar nada. O eso quería creer.
  Cuando la luz comenzaba a dar paso a la noche, oyó ruidos. Eran pasos muy apresurados, tintineos de armadura, sonidos metálicos y voces de hombres. Escuchó órdenes y cómo algunos se apresuraban a subir escaleras y recorrer pasillos. Pero ¿por dónde? Esto era una torre y donde estaba no había ninguna puerta ni nada, además la estancia parecía ocupar el total de la circunferencia del edificio. Los hombres y sus pasos se escuchaban más cerca por segundos. Golpes en el suelo. Se oían como si estuvieran golpeando madera. <<No puede ser, el suelo es de piedra. >>
  Una trampilla se abrió en el suelo delante de ella y una luz plateada llenó a medias el gran matadero. Temblando de miedo agarró la espada con las dos manos alerta para enfrentarse al caballero que asomó la cabeza por la portezuela o morir en el intento.
  -¡Está aquí! ¡Está viva!- gritó hacia abajo, probablemente a sus compañeros.
  Rápidamente hubo más caballeros como aquel. Si la macabra decoración del lugar les asustó no lo dejaron ver. Uno de ellos se acercó a ella mientras los demás
inspeccionaban y la examinó en busca de heridas o algo similar. Tenía unos cálidos ojos marrones y bajo el yelmo entreveía un poco su corto pelo rubio. Y la suave luz ¿parecía recortar la silueta de unas alas?
  -¿Estás bien? ¿Tienes alguna herida?
  Paralizada por la sorpresa no respondió.
  Uno de los que estaba cerca de la trampilla se volvió a sus compañeros y gritó:
  -¡Hay que darse prisa! ¡Ya se acercan!
  -¿Se acercan? ¿Quiénes? ¿Qué es este lugar?- Las preguntas le salieron de repente.
  El caballero la miró y se volvió hacia el que parecía tener el mando.
  -Está desorientada, mi señor. No parece que pueda moverse. ¿Qué hacemos con ella?
  El señor se quitó el yelmo y dejó al descubierto un rostro de edad avanzada y cabello blanco.
  -Obvio. Nos la llevamos con nosotros.
  -¡Se los oye más cerca! ¡Están en el nivel de abajo!- Chilló el hombre apostado en la entrada de la estancia.
  -¡Vamos! ¡Hay que salir de aquí!- Dijo el caballero mayor.
  -Venga, vamos.
  El joven caballero de al lado suyo la levantó en volandas y fue en pos de sus compañeros. La marcha la cerraban dos corpulentos hombres con aceros desenvainados que emitían un tenue brillo plateado y ¿la sombra de alas en la espalda?
  El horror vino más tarde, cuando al salir oyeron un terrible ruido que sacudió la torre hasta sus cimientos. El grupo aceleró el paso mientras bajaban las escaleras de caracol, a pesar de que el chico joven cargaba con ella se mantenía a buen ritmo. En uno de los tramos de escaleras, casi al final un tropel de saetas salió de las paredes, la mayoría solo rebotó en las armaduras pero una de ellas logró encontrar la carne de uno de los hombres que cayó desfallecido en unos instantes. Dos de sus compañeros retrocedieron y lo ayudaron a seguir. Cuando una nueva nube de flechas se precipitó sobre ellos estaban ya en la planta baja de la torre y había un gran agujero en el suelo con unas gastadas escaleras que se hundían en la oscuridad. Todos se apresuraron escaleras abajo. De repente la entrada se cerró y se encontraban iluminados de una lucecita blanca muy tenue. Continuaron andando hasta que el caballero al que le había acertado la flecha tropezó por quinta y última vez. Hicieron una parada y depositaron el cuerpo del caballero convaleciente en el suelo, apoyado en la pared.
  -Señores, no podemos continuar el camino así.- Dijo el anciano que parecía mandar.- Creo que ya nos hemos alejado bastante de la torre. Paremos a descansar un poco.
Los demás asintieron sin rechistar y el joven caballero depositó a la chica en el suelo junto a la pared y permaneció junto a ella. Se quitó el yelmo. Los dos que transportaban al herido se acercaron a ellos y uno se dirigió al joven:
  -¿Te importa si lo dejamos aquí unos instantes? Vamos a buscar algo con lo que podamos curar la herida.
  -Id tranquilos.- Respondió éste educadamente.
  Ahora se volvió a ella:
  -Espero que no te importe que vaya a ver cómo se encuentra mi compañero. Volveré enseguida.
  Cuando el chico se alejó ella se quedó en el suelo sentada pensando en lo que había ocurrido. Se miró la mano y se dio cuenta de que todavía llevaba el acero que cogió en aquella extraña habitación. Pensando, oyó fragmentos sueltos de la conversación entre el caballero herido y su salvador:
  -No saldré de esta. La flecha… estaba… envenenada. El veneno es muy… fuerte…
  -No hables. Ahora vienen a curarte.
  Ella perdió todo interés cuando algunas cosas empezaron a ser en latín. Pero sí vio cuando el caballero dio su último suspiro.
  -Ut Antea, compañero.
  <<Ut Antea...>> Era lo mismo que estaba grabado en la hoja de la espada. El joven caballero iba a dar parte a sus compañeros, la chica llamó su atención.
  -Perdone… ser- << ¿Es así como me tengo que dirigir a él?>>
  El joven se agachó a su lado todo sonrisas. << ¿Habré hecho el ridículo llamándolo ser?>> La miró con ojos inquisitivos.
  -¿Qué significa eso que le ha dicho a su compañero? Lo de <<Ut Antea>>.
  -En latín significa <<como antes>>. Se lo decimos a los moribundos antes de que exhalen su último aliento.- Al ver la cara de desconcierto de la muchacha el joven dio más explicaciones.- Verás, en nuestra fe sabemos que cuando morimos nuestro cuerpo vuelve a ser lo que era antes: polvo. Mientras que nuestra alma…
  Ella lo interrumpió.
  -Disculpa un momento. Si estas intentando venderme una religión, lo siento pero te equivocas de persona.
  Él se calló sorprendido.
  -No era mi intención, solo intentaba explicar mejor tus dudas. Siento que no haya sido como te esperabas, pero has sido tú la que ha preguntado. ¿Por qué te has puesto así?
  Ella evitó su mirada con un poco de vergüenza dibujada en sus ojos.
  -Lo siento. Es que esas cosas y yo…
  -¿En qué crees? ¿En Dios? ¿La humanidad? ¿La felicidad? ¿El amor?
  Con lágrimas en los ojos la chica se levantó y comenzó a caminar por el túnel alejándose del caballero.
  -El problema es que yo ya no creo en nada- susurró.
                                                                                                                                      Esther

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