IV. La promesa eterna. (Mi Ad eternum)
-¿Para
qué?-digo desconcertada.
-
¡Prometeremos encontrarnos algún día… que el destino nos vuelva a unir algún
día! ¿Qué te parece?- está lleno de emoción y se ha sobresaltado con la idea.
No
me pareció mala en su momento, así que acepté sin dudarlo; Él era y ha sido mi
compañero desde que tenía…no sé cuántos años; crecimos juntos y ahora, ¡¿nos
separamos?! Da igual, promesa o piruleta, era una oportunidad, -la última- para
poder disfrutar de su compañía.
-¿Qué
tenemos que hacer?- él suelta su maleta y piensa.
-Prometamos
volvernos a ver- Él me muestra su dedo meñique- ¡Prometámoslo!-yo, le imito y,
levantando mi dedo meñique, lo entrelazo con el suyo.
-Te
lo prometo, ¡y que el destino haga el resto!-digo con una sonrisa bien amplia.
Dura
unos pocos segundos… Ciertamente, no se tarda nada en hacer una promesa, pero
lo que me preocupaba realmente era, ¿cuánto
se tardaba en desobedecer una promesa? Romperla… “Espero que mucho…”.
-¡Espera!-digo
percatándome de que su dedo estaba desenlazándose del mío- espera…-digo más
calmada- y si… ¿y si nos intercambiamos algún objeto para que cuando nos
volvamos a ver, nos reconozcamos?
-¡Me
parece una gran idea!-. Ambos nos ponemos a andar hacia el pasillo; llegando
finalmente a las escaleras que daban a la planta baja, y seguidamente al
exterior. Le ayudo a bajar el enorme maletón con ruedas, por las escaleras, y
seguimos caminando. Tanto él como yo, vamos con sólo una idea en la cabeza: ¿qué le puedo entregar?
“¿Qué
le di que ahora no tenga?”. Me pongo a pensarlo… ¡Ah sí: …mi goma del pelo,
blanca! Y… ¿qué me dio Él a cambio? ¿Qué me dio…? “¿Qué fue…? Si el peluche Sibu se lo quedó él… ¿qué más objetos de
valor tenía?”.
Ya
hemos llegado a la puerta de la salida. La mujer y el hombre se han puesto a
hablar de nuevo con la Hermana Dionisia, mientras que la Hermana Isabel,
esperaba pacientemente. Ya había recuperado el color normal de su piel y sus
ojos volvían a brillar como antes; sin lloros.
-Oye…-me
susurra Él.
-Sí…-contesto
del mismo modo y con el mismo tono.
-…He
decidido qué darte-. No me había dado cuenta de que él aún no me había
entregado su objeto especial. La
alegría de darle algo y, por el mero hecho de saber que lo llevaría consigo
hasta que, -espero-, nos volviésemos a ver…me había hecho olvidar que Él no me
había dado nada.
-¿Qué
es?-pregunto inocentemente.
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