PACHAMAMA II: HIJOS DE LOS MUERTOS

[...]
«Muero, muero, muero.» Mi cabeza latía a más de mil por ciclos temporales y se nublaba agarrotado por mis propios pensamientos, las causas y consecuencias de mi instinto más primitivo y desbocado, y por mis insensatas acciones.  Sentí una extraña erupción de calor que inundaba mis adentros y me di por muerto. Me di por muerto y, a pesar de querer controlarme y armar el menor alboroto posible, perdí los estribos. Y para cuando me quise dar cuenta y enfoqué de nuevo, tomando el control de mí mismo, ella ya no estaba en el lago. Y se paró todo a mi alrededor. Paró en seco. Y por unas brevísimas partículas de tiempo, la parte más racional de mi atosigada situación recapacitó: «Desapareció.» Y mis ojos fueron a parar al lago: parecía como si las ondas de agua dibujasen la senda por donde se había movido lo que hubiera estado dentro…y para mi sorpresa, Nhï me alertó peligro inminente. Pero reaccioné tarde.

—El ratón roe el cuello de la serpiente y mata al depredador.

De repente, oí, mientras notaba un sutil pero rápido y conciso movimiento de un bulto detrás de mí, que posaba tanto sus dedos índice y corazón sobre mis lacrimales, y el pulgar estratégicamente colocado dentro de mi boca, pegado al paladar. «Imposible que me estuviera movilizando con la estrategia de la picadura de la víbora.» Mi corazón latía a mil y mi lengua se resecaba por momentos, sentía como si un puñado de tierra se me hubiese metido de sopetón en la boca. A la vez que sentía que me callaban con una mordaza de tierra que me secaba la boca y los ojos, notaba el roce del ente que se estrujaba contra mi espalda. Y mi maldito celo de animal descolocado sólo pensaba en que era el mismo ser desnudo femenino de antes. Nhï se desubicaba y veía ya cómo se nublaba mi vista. «NO. NO. NO. ¡CONTRÓLATE!» Entonces sentí cómo desplazaba su mano libre hacia mi pierna derecha; yo ya no sabía qué pensar de todo. Morir ahogado en lujuria, no entraba en mis planes, la verdad. Pero su mano se trasladó a la funda donde guardaba uno de los puñales cortos que llevaba enfundado en la pantorrilla, y ya rogué que fuera rápido, cuando lo noté sobre la garganta. Nhï se movía descontroladamente dentro de mí, pujando por salir en forma de angustioso chillido como si de un animal herido se tratase. Sabía que la mente iba por detrás de la reacción ahora mismo y viceversa, y se me colapsaba el cuerpo y la mente. Notaba el filo helado sobre mi piel: «tan afilado como para cortar la sangre; Nhï estaría orgullosa.» Pero ese honor de servirla se me revelaba contra mí. «Irónico», pasó por mi cabeza fugazmente el pensamiento, mientras todo el frenesí circunstancial  me bloqueaba poco a poco, cada vez más.
                    —El terror es frío— dijo la fémina desde mi espalda, casi en susurro y provocando que el mismo sudor frío que me empapaba tanto por dentro como por las sienes, confirmara mi pánico. «Muero.»  [...]



[Fragmento integrado dentro de un proyecto de novela real en proceso (por Victoria H.C. ©]

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