15 euros.

Valgo quince euros.
Les oí decir mientras me observaban.
"Te pago trece, que no dará buena suerte salvo que la frote como una lámpara mágica",
dijo uno. Y se rió estrepitosamente. Pero el otro se negó a que le pagará sólo trece.
Valgo quince euros.
Mi madre y mi hermana valen lo mismo que yo: quince euros.
Más que el viaje al Golfo Pérsico al que nos trajeron.
Mis grilletes me confirman que soy vendida
por el interés de quien me quiera como mercancía.
No sé en qué siglo vivo, en qué año, en qué día ni minuto.
Sé que si me muevo, lo pagaré caro.
Pero más caro de lo que valgo.





15 euros es el precio de una mujer en Uganda.
Estamos en pleno siglo XXI,
todavía somos objetos de mercancía.

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