PACHAMAMA II: HIJOS DE LOS MUERTOS
[...] «Muero, muero, muero.» Mi cabeza latía a más de mil por ciclos temporales y se nublaba agarrotado por mis propios pensamientos, las causas y consecuencias de mi instinto más primitivo y desbocado, y por mis insensatas acciones. Sentí una extraña erupción de calor que inundaba mis adentros y me di por muerto. Me di por muerto y, a pesar de querer controlarme y armar el menor alboroto posible, perdí los estribos. Y para cuando me quise dar cuenta y enfoqué de nuevo, tomando el control de mí mismo, ella ya no estaba en el lago. Y se paró todo a mi alrededor. Paró en seco. Y por unas brevísimas partículas de tiempo, la parte más racional de mi atosigada situación recapacitó: «Desapareció.» Y mis ojos fueron a parar al lago: parecía como si las ondas de agua dibujasen la senda por donde se había movido lo que hubiera estado dentro…y para mi sorpresa, Nhï me alertó peligro inminente. Pero reaccioné tarde. —El ratón roe el cuello de la serpiente y mata al depredador. D