Dulce Agrio
El fruto prohibido fue las entrañas del pecado que
desgarra a la humanidad bajo su pesar,
su cuerpo melifluo,
contagiado por mis colmillos, mis devenires, mis famélicos impulsos;
el guiño de sus ojos fue la incitación al mundo de los
sueños, a lo onírico de mis agujeros negros, mis uñas hurgando en sus
pensamientos,
gotas escarlata que se enhebran sobre las cicatrices
del decaimiento,
sus gemidos, los silencios del pentagrama que tecleo.
Mi lujuria, el erotismo del paso del tiempo.
Tuve la sensación de que la vida me rogaba clemencia,
y yo sorda,
me dejaba devorar por la demencia de mis lagunas:
ahogándome en mis decisiones,
en los cadáveres de mis almas, en mis fallidas
confesiones;
tuve la sensación de unirme a esa misma, tóxica y
contagiosa horda.
El fruto prohibido olía a fragancia afrutada,
con jazmín de las delicias más amargas,
con la amapola oscura que pereció en mí al amanecer;
con mis caras largas
y las semillas, nacieron podridas, enrevesadas y del
revés: a través de mis piernas, no me dejaron mover.
Acabé presa, mi tumba en
el puerto en el que me quedé.
Extrañé los arañazos que cubrieron mi cuerpo; me
acostumbré a ellos, perdí el control.
Sentí que olvidaba algo de ese amor gore que en ningún
momento me definía
pero me convencí a mí misma de que sí,
creí ser dulce pero no cicatricé los moratones con los
que me herí,
coloqué mis expectativas en un limbo al que nunca
entré y del que nunca podré huir.
Su gore, el fallido dulzor: cítrico a mi vida añadí.
Uxue Navia me retó con:
- Poema que mezclara lo gore con lo dulce