IX. Mi Santa santorum
IX. Mi lugar. (Santa santorum)
Tras
haberme quedado perpleja ante las dimensiones de la casa, me toca preguntar mi lugar en el espacio, es decir, ¿dónde
vivo yo? Intuye que soy de pocas palabras así que amablemente, la mujer se me
acerca, y suavemente, con su mano en mi espalada, me guía hacia mi lugar: escaleras arriba.
Se
me ocurre pensar que si es tan grande la casa y tan alta… “¿mi habitación es el
cielo?”. Río para mí, y continuo subiendo los escalones. Me doy cuenta que al
final del último escalón hay una puerta de madera, “¿otro baño?”, sí; ¡esta
casa es enorme!
A
los lados del segundo baño, hay dos habitaciones: una con la puerta blanca con
un letrero hecho por pegatinas de colorines en el que pone Sheila, -a la derecha- y al otro lado del baño, una puerta azul con
un nombre hecho por piezas de madera pintadas en rosa y verde, en el que pone Romaine.
“No
me llamo ni Sheila ni Romaine, así que ninguno de esos cuartos estaba destinado
a mí”. La mujer no se detiene y con más cariño, -y con una sonrisa en la cara-,
me empuja un poco más. “¿Adónde? Si no hay más…”, pero sí que hay más: unas
escaleras que llevan a la parte más alta del caserón; “¿ahí viviré yo?”. La
mujer sonríe ante mi asombro. Subimos los pocos escalones que quedaban para
hallar finalmente la última habitación de la casa: “¡Mi lugar!”.
Un
ático como habitación… -una maravilla el primer día que lo vi-, “una pesadilla cuando realmente LO descubrí”.
La
mujer me hace un gesto: «ábrela». Yo,
doy un paso hacia adelante y con suma delicadeza, abro la puerta de la
habitación. Lo primero que veo, nada más abrir, es el ventanal, un enorme y
gran ventanal. “¡Fascinante!”. Siguiendo la luz, mis ojos fijan el techo; otra
ventana, pero en este caso la ventanita es redonda. A mi derecha -al lado de la
puerta-, un armario mediano empotrado en el poco espacio que quedaba de pared. En frente del armario, la cama. Y
justo al lado, una mesilla de noche con diversos cajones.
A
la izquierda de la puerta, un baúl misterioso que me llamaba mucho la atención,
sobre él, libros, y encima de todo eso, un espejo ovalado, decorado con hiedras
trepadoras. Todo fue tan bonito en su
día…
“Suficiente
para mí” y para Peluche Protector, que estaba colgando de mi brazo,
balanceándose de un lado a otro, -según a qué estuviese yo mirando-. Di una vuelta
completa sobre mí, adentrándome en la habitación e investigando más a fondo
cada parte, cada lugar, cada rincón del ático en el que iba a vivir yo.
Perfecto; habitáculo
pequeño, para una niña pequeña… “cuyos sueños se irían escapando por las
rendijas de la casa”.
-Querido
Peluche Protector, ya estamos en el lugar indicado para empezar nuestra nueva aventura. ¿Qué me dices?- el
felino, sujeto entre mis manos asiente, yo le hago asentir. Nueva vida, nuevas
aventuras, nuevas experiencias…
“Gracias
Hermana Isabel y Hermana Dionisia por haberme dado esta oportunidad por decirme
vete y conoce tu nuevo hogar, estoy
encantada. Pero, queridas hermanas, hay un-no-se-qué
alojado en mis pensamientos que me hace mantenerme alerta. Quisiera saber qué
es, porque no me deja disfrutar de este momento tan emocionante teniendo mi
propia habitación, un baúl con el que poder jugar a Misterios del universo con Peluche Protector, un armario privado
sólo para mí, una cama donde dormir, un ventanal enorme por el que podré
apreciar la belleza de la naturaleza y otra ventana más pequeña, con la que me
despertaré cada día… Todo eso, solamente para mí.” Vuelvo a mirar cada lugar de
mi nueva habitación, “¡qué emoción!”.
Orden
y tranquilidad transmitía aquel habitáculo. Dejando mi mochila y mi maletín, -y
dejándome sola la mujer-, acabé acostumbrándome al entorno. Mi entorno. Mi
lugar. Mi espacio en el mundo.
“Mi lugar en el
espacio de este mundo”.
Pero
esa agradable tranquilidad se fue transformando en una cruel realidad; una
verdad, una verdad dolorosa.