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Lo pequeño que es el mundo...

  La imponente catedral extendía sus agujas hacia el cielo en un intento de  parecer, aún más, el edificio más imponente e inquietante de la ciudad. La lluvia de otoño bañaba sus piedras y golpeaba las antiguas vidrieras. El rosetón viejo, frío y apagado vigilaba la desierta plaza del Mayor mientras las gotas de lluvia saltaban por el suelo y se anidaban en los charcos de las grietas del suelo
  Justo enfrente, en una vieja panadería, un chico miraba por el ventanal del escaparate hacia la catedral. El sonido de la lluvia se filtraba en la tienda y danzaba en sus oídos. Si se prestaba la atención suficiente se oía además el ínfimo tañido que tocaban las gotas al golpear en las campanas y el silbido del viento cuando bailaba entre las feas gárgolas.
   La campanita de la puerta lo asustó al sonar. Una chica había entrado y esperaba pacientemente frente al mostrador para que él la atendiese.  Llevaba un paraguas de plástico negro cerrado en las manos y éste goteaba en el suelo formando un charquito frente a sus gastadas botas militares. Su mirada vivaracha y avellana repasaba la vitrina de los pasteles de lado a lado buscando la merienda perfecta para una tarde tan fría y lluviosa. Pareció decidirse ella por un pequeño pastel relleno de chocolate  cubierto de azúcar glas y cuando se lo  pidió a él se oyó su voz clara y acorde con la lluvia y las campanas (o así le pareció a él, pues para ella cualquier sonido le parecía más agradable que su propia voz). Pagó y despidiéndose con una sonrisa se marchó. El chico dijo adiós distraído, sin apartar la vista del cristal y le dio por buscarla con la mirada segundos después. No la vio por ninguna parte. Mala suerte; pues ninguno de los dos era consciente del gran secreto que los unía...

Esther Ochoa

L O+ L E Í D O · A Y E R

Maiduti

Se ve luz al final del túnel, se ve, Se ve a Maiduti aclamada por su envés: no la juzgan por su portada, quiere creer. Un nuevo deber en la agenda apuntada. Avanzan los pasos, los logros quedan cerca. Brindemos por los "ligeramente". No saborearemos el oro, pero en bandeja de plata yo se lo pondré. Se ve luz al final del sueño, se ve, del punto y coma duradero, a los tres. El continuará como dolor de barriga: podré decir que lo intenté.  ANTERIOR ["Inktober de Poemas: 4 de octubre: Maiduti"] SIGUIENTE

Buscando.

Me di cuenta tarde. Estaba efectivamente buscándote entre la gente. Tantos datos que me diste de ti y nadie coincide contigo en la calle. Temo siempre por distraerme y encontrarnos sin saber que lo hemos hecho, por eso miro a todos lados, antes de cruzar. Al frente si el semáforo está en rojo. A la muchedumbre si parece inmensa; busco quien destaque de entre la marea. Pero luego me doy cuenta de lo absurdo que todo parece. ¿Se estará dando cuenta alguien de este ridículo que estoy haciendo? Pero si nadie se percata, yo te seguiré buscando.

Hineni

Esa mirada que se esconde entre el cárdigan de tus palpitaciones y los soplos de a quien lanzas corazones es la que me intriga.   Andas siempre sonriente, con unos luceros como la noche observándome ¿qué es lo que pensaron entonces?, me pregunté ¿cuando aterricé sobre esos lunares buscando placer y encontré a dos estrellas fugaces esperando a otro viandante? No lo sé.   Hay satélites ambulantes que buscan dónde resguardarse de una soledad imparable, y buscan ubicarse, orbitando para fijarse en sólo una presencia inapagable como tú.   Pero dudo que estos hilos nos juntasen así que velo por tus sueños, desde tu olvido, y admiro desde otro sitio que esos ojos bonitos, amen a quien amen, encuentren un destinatario fiable. Esto es sólo un mensaje desde un dudoso remitente allá donde te encuentres, si me necesitas aquí estaré.  [ 29 de octubre con: CÁRDIGAN. Aportación de E udyptes] POEMTOBER SIGUIENTE

Nunca la misma; siempre diferente

Inmarcesible Que no puede marchitarse. Siempre el mismo discurso que no marchita, las mismas palabras cansinas, arrastradas, casi automáticas, sin ser románticas, siempre el mismo augurio, las mismas resignaciones prescritas, los mismos focos sobre la misma mirada de ojos: la nostalgia de poder haber sido otro quien se comiese el marrón. De los tiempos donde una se engañaba a sí misma y el reflejo le decía que no, que no eran buenos tiempos para sentir afecto ni pedir cariño, o la herencia, o la querencia en la que siempre se queda, esa estancia de indiferencia, no hay ventanas, sólo espejos y a caminar a tientas. Siempre es el mismo sermón inmarcesible en sus renglones, jugando en los laterales, recortando los bordes, sin ser extremistas opuestos, siempre conociendo las reglas, los juegos sucios, los trucos, temiendo los ases bajo las mangas, los puñales por la espalda. Siempre es el mismo resultado para quien juega en casa. Sin embargo nunca es la misma persona quien ...