La nona lumbre
Kislev me llamaron porque a partir de mi nacimiento comenzó todo; con todo quiero decir todo. Fechorías y bonanzas en diferentes partes del ancho Verso Unido, envidias y reconocimientos sin malicia de seres heterogéneos que se miran con desprecio o con admiración, pequeños gestos y grandes rencores que clavan puñales a las espaldas de los indefensos...
No estoy orgulloso de ello.
El crepitar de la hoguera que iluminó mi sino dejaba en ascuas el camino que debía recorrer a partir de ahora. Quisiera que las mismas llamas que danzaron destruyendo la vida y propiciando la creación de lo que podría ser un buen comienzo, no dejaran en manos tan neófitas, como las mías, el destino del mañana y sus consecuencias.
Creo que no soy digno de ello.
Nunca lo he sido, pero Janucá ya vertió luz a los pasados oscuros. Ya debería tener determinado mi andadura. Y aun así, no me siento preparado para nada: creo que me faltan años de regadío, de enraizar conocimientos y de cimentarme a mí mismo. Pero las prisas no dan tiempo de lirios, las mares no calman cuando el viento revuelve las olas, ni los terremotos esperan a que los terrenos se dispersen de personas... Siento que no estoy listo, pero soy Kislev ahora. Y he de enfrentarme a lo que ya se hubo decidido antaño. Sólo Las Sabias saben por qué soy El Elegido. Y honraré su juicio.
No esperaré a que alboree el mañana. Me encomendé al Azar y marché.