Nadar contra mí.

Otra vez la misma opresión remota
que me confunde como terremoto,
que me ahoga.
Otra vez esa extraña angustia que puja en auge por salir,
pero acaba yéndose por el desagüe.
Otra sensación de no pertenencia que me golpea,
que me niega enfrentarme a mi reflejo.
Otra y otra vuelta.
Me desquicio. Me quedo quieta.
Desisto, miro al techo.
No está la puerta abierta: Morfeo no está de guardia hoy.
Hay que saber nadar para enfrentarse al espejo, me dije convencida.
Pero es la misma lección que nunca aprendo.
Ahí, suspira mi cuerpo.
Aquí palpita cada poro y ninguno grita;
todos en silencio.

 

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