Txarango desafinado.

Tuve la sensación de que fue un ciclo completo.
Al menos se cumplieron muchas de las expectativas que inconscientemente prevés que puedan ocurrir. Y así pasó. Yo sé que salí tras horas de encerrar mi cabeza ante la ventana iluminada con aquellos saberes que me amoldarán la cabeza..., o no. Salí al exterior y ahí estaban, aclamaron mi presencia y el tiempo pasó por la estancia abierta, impregnada por humo, risas, ingeniosas mentes pensantes y acordes. Buenos acordes que suspiran, desinhiben y entrelazan palabras que nos llegan hasta lo más profundo de nuestras almas.
Pronto salimos del nirvana, y el viaje no acabó en despedida ni separación; alegramos la tarde a Joseba, un buen señor. Sabio, con cabeza, sentido del humor, con mezcla familiar y de origen, pero manteniendo su esencia, a pesar de que la vida no le dio el empujón sino que le indicó la puerta, y en la calle se quedó. Hablamos todas sobre multitud de cosas, conocimos la realidad tan consciente y humana de Joseba Álvarez quien nos aceptó un pequeño bote de hummus, pan, porrito, su persona y su atención. La radio sonaba. El tiempo no pasó en balde, si no que bailó para nosotras con la cordura de a quien le han dado la espalda y vive bajo la Ingeniería y el cinismo social, del que todos pecamos.

Luego de despedirnos, lo abrazamos y oímos de Joseba que la tarde le había sido amena. Y es el mejor gesto que puedes hacer y recibir, ¿no? Que puedas oír de alguien a quien le alegras el momento. Sentir "reconfort".
Lo último me lo inventé, hay palabras que no existen, pero sí sentimientos sin palabras, y si no hay palabra, me invento la definición. En el ajetreo de después, la embriaguez se palpaba en el lugar: "¡que rulen, que rulen!", y furrulaban. Había tranvías de conversaciones diáfanas; había hilos de prendas preciosas pero descosidas, tesoros, revelaciones revolucionarias, facetas no conocidas. Había mujeres fantásticas con un potencial del que poco se habla, y había también sororidad entre hermanas. Había paz y entendimiento mutuo. Había seguridad en un barrio inquieto.

Pero la noche se diluyó en un billete pasajero, sin tren pero con metro, pero el saber escuchar me dio a conocer algo nuevo. Esta vez era Amaia, una profesora de baile, con un toque cañero en el pelo, en el vestir, en el íntegro salero. Un ejemplo a seguir...

Y al final de todo. La noche me sonreía tras tanto movimiento social. Llaves en mano, los cinco sentidos alerta. Nadie en la calle: cuatro gatos pardos y yo. Sonriendo, a gusto con la vida de ese momento.
Ávida de llegar. Tecleo rápida:
"Polluelo en el nido."
Me  llega respuesta.
Confirmación. Seguimos vivas.
Atiendo a Morfeo que quiere mimos pero me duermo.



Dedicado a quienes participaron en él.
Especialmente a Janire, Jhillary, Nerea, Leyre, Joseba Álvarez y Amaia, "profesora de baile".


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