SINO Y SUPLICIO
[...]
Sintió cómo se le hacía casi imposible sentir el aire que respiraba. Era un
nudo en la garganta, casi palpitando por llegar al desenlace. Pero no había
manera. Era un agobio incesante que se impregnaba paulatinamente sobre su
pecho. Sintió un pequeño pinchazo en el costado: todavía no podía tirar la
toalla. Necesitaba llegar hasta abajo; estaría a salvo. La presión seguía
golpeando: era como un extraño que pujaba por salir de su cuerpo, pero conocía
a la perfección a ese extraño, y no podía dejarlo salir. No al menos al
completo. Sería una catástrofe. Un descontrol.
Inhaló a duras penas una pequeña
bocanada de aire, pero más que ayudar a sentirse con vida, le quebró todavía
más el cuerpo. Era irónico y lo sabía: morirse por lo que tenía dentro; por
aquello que, incluso, la hacía mantenerse con vida. No era un buen destino. Tampoco una meta en la vida, pero ésa era una lucha
que debía solventar sin ayuda de nadie.
El peso del deber presionaba sobre sus hombros.
Era consciente de lo que todo ello acarreaba. Más, que ningún otro podría
tomar su puesto y hacerlo. Era cuestión de constancia, determinación y
resistencia. Y pocos eran los elegidos para llevar a cabo tal deber. Tan pocos
que justo la decisión había señalado hacia su dirección Eras antes de que
pudiera ser completamente consciente de su propia fatalidad.
[...]
[Fragmento integrado dentro de un proyecto de novela real en proceso (por Victoria H.C. ©]