CÓDICES PISADOS (II)

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No soy el más indicado para quejarme.
Sufrir es algo común a nuestra raza, como dirían los mundanos. Es inherente a la genética que nos hace nuestro el destino. Lo peor es que lo tenemos asumido. Pero la vida contamina más de lo que esperamos que haga. Pero ahora mi condición no vale nada aquí; pero siento y sé que Nhï rezuma muy dentro de mí. Y sin embargo, no puedo hacerle nada; la sentencia ya está decidida. Y si ha de condenarse, se condena.

Me maravillé de lo resignadamente asumido que lo tenía. ¿Sería por la anterior discusión con Kavi? Presiento que algo bueno debe ocurrir después de esta condena... ¡No puede ser todo tan catastrófico! Al menos eso quiero creer. Miré hacia las tejas de las casas que rodeaban la plaza, había una humedad inmensa en el ambiente y por un momento pensé que podría ayudarle y revolucionarme contra el Estado, sus decisiones de aquella tarde en la Ciudadela y poder salvar a Dain de su mal e inminente presagio: un final que a todos los seres nos llega y que no queremos ver. Tampoco que se nos adelante su fecha; pero que en algún momento hemos de afrontar por horrorífica que sea. Pero en los impulsivos y temerosos movimientos desconcertantes de Dain, bajo esa bolsa que le cubría la cabeza, demostraban que éste ya había conocido el rostro de la muerte. O al menos la había vivido de cerca.
Rogué a Nhï que la sangre real que circulaba por sus venas siguiera siendo noble dentro de su cuerpo y que acogiera a ese individuo en un lecho más digno que el circo que le habían montado para su ejecución. Rogué incluso que la lluvia se llevara el horror lo más rápido posible, y que aquel anochecer fuera tan húmedo y frívolo como las mentes de los expectantes que clamaban sangre y tortura para el condenado.

El vapor de Nhï me avisaba que si no controlaba esos pensamientos retorcidos, aquello que parecía un tétrico divertimento de la plebe podría convertirse en una masacre y elogio para Nhï. Así que controlé mis impulsos asesinos y aparté mi sed de venganza para otro momento.

Oí los gemidos doloridos de Dain entre los vítores y la ovación del público, los abucheos y las palabras malsonantes. Las bestias tienen hambre de carne, carne fresca e inocente. Y los verdaderos culpables no haríamos nada por impedirlo.

Sentí perecer y no merecía quejarme de ello.
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[Fragmento integrado dentro de un proyecto de novela real en proceso (por Victoria H.C. ©]

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