Atémpora, Capitana temporal, a su servicio
Ojeando el panel histórico me percaté de que se me hacía tarde si dejaba que se pusiera el sol. Debía llegar a tiempo a mi cita temporal, así que recogí mis bártulos: agarré las gafas de aviador que mi madre me regaló en alguno de mis cumpleaños y amarré el petate a mi espalda. Iba a ser un viaje con turbulencias, pues surcar las olas del tiempo era de las aventuras más peligrosas que se podrían vivir.
Además, debía llegar de una pieza para decirle a la primera mujer de la historia que creyó arrepentirse de lo que hacía, por miedo a ser juzgada en una sociedad que no reconocería su valentía, que todo estaba bien. Que no hacía ningún mal a nadie. Sólo emprendía por un mejor mañana, actuando en lo que en otros tiempos sería el ayer.
Suspiré nerviosa, se trataba de mi primer viaje en el tiempo, y el primero de la historia, y se me había asignado una única misión; todo debía salir como se había planeado. Recé un mantra y en el panel de pulsera, que tenía incrustado en mi muñeca derecha, tecleé la contraseña, cifré el año de viaje y empezó la cuenta atrás.