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Ansiaba que llegara de su larga travesía tanto como ver un anochecer de eclipse estelar en la Estepa de las Auroras. El reloj de sémola dejaba caer en cascada sus granos; pasaban los momentos y las hormigas que dicen que te recorren la espalda por el entusiasmo no dejaban de repiquetear sonoras y plasmar mis mayores deseos por verla regresar. Estaba apuntado en el telón albo de la sala de pensar: hoy era el mejor día de toda la Nova. Hoy era un día insólito en las vidas de muchas criaturas como yo que buscan, en el reencuentro con aquéllas que se fueron largas estaciones en búsqueda DEL mejor hallazgo, la reconfortante respuesta a todas las inquietudes vitales de un Sextus. Repiquetearon las campanas y el faro giró 480º con un haz de color del regreso. Supe que me exalté de emoción porque el camaleónico dodo que me acompaña en mis aventuras se desvirtuó del susto; oía sus quejidos detrás de mí. Pero no podía aguantar más y bajé las escaleras del enorme habitáculo del que se podí