Trocito de novela realista
D ecidió que no le gustaba el mundo de los adultos cuando descubrió que los trenes siempre salían a su hora, que necesitabas dinero para aprender y que aunque viajaras donde quisieras siempre estarías localizado por culpa de la maldita tecnología. Todo el mundo era ajeno a respetar lo que la impiedad de los psicólogos nombraba como sentimientos . En este mundo de adultos a nadie le importaba lo más mínimo si estabas alegre por el nacimiento de un nuevo hijo, o muy apenado por la pérdida simultanea de tus dos padres. Al igual que los sentimientos, había otra cosa que la gente solía tender a saltarse siempre que les era posible, oportuno y conveniente, pequeños detalles que hacen de la vida un marco aburrido de costumbres y convenciones, pero que a la vez podían servir para mantener todo este caos seguro y organizado: las normas. En esto se fijaba la pobre Alejandrita, que, con dieciocho años apenas cumplidos, todavía hacía gala de la inocente y tierna ingenuidad que su