Como brisa de verano.

[...]

¿Adónde mirarán las esperanzas?, se preguntaba cada vez con más frecuencia. El cielo era precioso aquel atardecer; el ocaso ya indicaba que el día llegaba a su fin, pero las vistas eran perfectas. Parecían eternas. Esas nubes rosáceas, que tendían ligeramente al lila desteñido, las aves anidando al lado contrario de hacia donde sus ojos miraban... Era un paisaje tan eterno y relajante como efímero y estresante que inquietaba de lo perfecto que era.

En cualquier momento todo aquello podría dar la vuelta. Se trataba de unos cuantos microsegundos que se irían acumulando arrebujados en la memoria, como un recuerdo que, si había suerte, recordaría alguno de estos días, si la edad se lo permitía.

No obstante, lo importante en ese instante era captar la esencia del momento: disfrutarlo. Sentía que sería la última vez que veía aquella atmósfera; parecía como si la naturaleza hubiese decidido pintar un lienzo detallado, sublime y exclusivo sólo para que sus ojos lo admirasen.

No pudo contener las lágrimas mientras en sus pupilas se reflejaban el pasar pausado de las nubes y el cielo teñido de una mezcolanza de colores pastel agradables a la vista. En el ambiente se palpaba esa sensación de paz interior que olía a petricor. ¿Qué era aquello? Porque no podría ser felicidad plena. No lo sentía así. No estaba feliz, sino algo compungido. Aun así, fuese o no un sentimiento tan puro, sentía que era uno con la naturaleza. Se sentía como brisa de verano, y eso era lo único que quería sentir en esos momentos. Ligereza.

Griselda tenía razón, pensó: hay momentos donde el silencio es mejor que cualquier palabra, e instantes que hay que apreciar en soledad. Y éste era uno de ellos.

[...]

[Parte de proyecto "Escribiendo sobre piedra/ Writing On the Wall"(por Victoria H.C. ©]

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