Las últimas ascuas

La carola ya se había iniciado cuando llegó al poblado. Aquellas personas formaban un círculo alrededor de los danzantes, y los músicos parecían hipnotizados acompañando al son a la cantante y su voz compungida y triste. Las cuerdas de la guitarra lloraban mientras sonaban y entonces apareció una bailarina entre la muchedumbre. Parecía una flama danzante que se movía al vaivén de los demás danzarines.

Entonces elevó su mirada y vi en aquellos fragantes luceros de nácar un pasado turbulento y atribulado. Parecía como si el tiempo se parase para que contemplásemos hasta el último poro de piel de cada cual. Era un momento de ensueño, casi narcótico, pero no tardó en volver todo a su espacio. Y paulatinamente, el tiempo perdido volvió  a su ritmo y se recuperó. Me percaté que la fiesta ya se había acabado.

En la hoguera sólo quedaban las últimas ascuas. Yo acariciaba insconsciente la kalimba; sonaba como un eclipse lunar. Y con su melodía me dejé acunar hasta caer completamente en los brazos de Morfeo.

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