Muere o mata (V): Profundidad

Sólo se oía un pitido constante, mientras el agua seguía subiendo y la trampilla no daba opción de salida. Continuaba llenándose y el espacio se reducía a cuatro paredes de alboroto y desasosiego. No podía pensar más despacio de lo que quería. El bullicio del rededor no facilitaba el juicio, y empecé a perder ese estado inducido de “todo va bien” cuando nada iba bien. El agua subió hasta la rodilla y ya la gente no corría, sino que se les oía patalear y gritar cada vez más alto y más fuerte, los berridos y las dificultades de moverse imposibilitaban pensar. Me temblaban las piernas. La trampilla chirriaba con dentera pero no se abría ni con dos personas aupadas, una de ellas ahogándose por conseguir nada. Me zarandearon el cuerpo, me empujaron al no reaccionar, me daban por muerto, me culpaban, alguien me pegó un tortazo y al no reaccionar, se me encabronó más, pero desistió y se fue a gritar a otro. Yo no miraba a quien tenía que mirar, sabía que sangraba de la ceja; las gotas confirmaban la herida, y el salado olor a agua y miedo ardían sobre mis poros. Pero no podía pensar con claridad. El agua ya llegaba a la mitad de nuestros cuerpos y nadie quería flotar. Empezaba a aplicarse la Ley del más fuerte: y nadie quería cargar con la culpa, y nadie quería ayudar a nadie. Se empezaron a ahogar unos a otros por respirar más. Entre la confusión y mi colapso mental, se oyó el tono de nuevo mensaje en el bolsillo de mi camiseta y no dudé:
» Nuevo mensaje«: ¿D ó n d e    e s t á n    l a s    l l a v e s?
 
Hinché mis pulmones al sentir el agua en mi cuello y la pantalla del teléfono me mostró un punto y coma y un cierre de paréntesis, antes de cortocircuitar, sumergiéndose conmigo al fondo del mar.

[…]

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