Última nota

Una píldora, dos y una tercera por si no recuerdo cómo se olvidaba restar.
Pasan los minutos en aquella habitación de cuatro cristales.
Un espectáculo se celebra tras caer el telón, soy yo con un acordeón. Probablemente, tocando una triste canción y rompiendo a llorar con la insensibilidad con la que los aplausos hacen cubrir de hipocresía, los translúcidos cristales de la prisión.

Una cárcel, en la que vivo;
una trampa con la que a base de pruebas, cada día,
decide si sigo o si no respiro.
Una píldora, dos y una tercera por si se me olvida morir.
Las burbujas de la tortura hacen del aire de mis pulmones, mis últimos suspiros. Mi despedida; y grabo con la uñas mi terminal suicida «Ayúdame». Y con la punzada suerte, rallo la pantalla de cristal. «Ayuda...».

Oscuras carcajadas
agobian los pensamientos
que acallan a gritos mudos
mis sentimientos.
Un corte, dos rotos y tres descosidos que desbaratan mi cordura.
El pronóstico afirma que si la verdad no abunda, sí lo hará la ranura por la cual las peores pesadillas afloran; por la que los susurros fríos acongojan el gorgoteo de mis heridas, la desgracia de mi vida.

Calmadas mareas que soplan
la tranquilidad contigua al mal que desaparece
tras las cuatro paredes de cristal que me cierren,
consigue el final de la obra, mi actuación:


Tocando tu fibra sensible,
en mi acordeón,
la última nota
de esta melancólica canción.

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