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La cena que nunca tuvo lugar

Se había dispuesto la mesa para el reencuentro. Todo estaba preparado. Había velas que iluminaban mágicamente el entorno que a su vez se caldeaba con la fragancia del petricor que entraba por la ventana. La lluvia había amainado, pero se oía intermitentemente, como si fuera una melodía arrítmicamente tranquilizadora, el goteo del agua saliendo por el imbornal de entre las tejas. Quedó pensativo un tiempo: quería apreciar desde el balcón la noche. Quería que todo fuera una quimera en forma de cena. Suspiró. Podría quedarse todo el tiempo del mundo apreciando aquel panorama sempiterno en su cabeza pero a falta de eterno en el reloj, fugaz en el minutero. Al volver adentro, sintió que había cierta necesidad en volverse con esperanzas al corredor por donde más de una vez se esperaba a los mejores invitados a la hora de comer, como ponía en el revés de su reloj de muñequera: Uebos me es, Uebos nos es. Suspiró otra vez. Quería que ese tiempo que anotaba el espacio en silencio en ...

¿Y todo esto para qué?

Pesaban más que mis párpados. Fueron los apuntes que tomaron mi conciencia; mientras, recogí los lápices a tiempo antes de que asomaran mis penas, mi mayor deficiencia el vuelo de mi cabeza… La música saliendo de mis cascos. Yo poniendo el enfoque al estudio, pero no vale de nada. Acabamos las horas en un sublime fracaso. Pasaba el tiempo, miro el iPad: no hay mensajes. Aunque del estudio huya. El pensamiento nulo, del que tanto miento; no hay juego de piratas cuyos tesoros usurpar… Hay suspiros de los que se quejan más mis sueños que el picaporte del portón. El viento aullaba por entrar adentro. Volví a mirar ese sagrado universo que me construí con mis agobios, con mis ansiedades, e intenté corregir los deseos de no mirar los subrayados de sobre mi mesa: “no es el mejor romance”, pensé, es casi tragedia griega. “No puedo”, me dije. Por mucho que los mire, no podré. Pero la libertad tan fácil no se asume. Así que me di otra oportunidad, “n...